0207 Outlands
CHERRY CAMINABA POR TRIUNVIRATO. No era momento para una Cyborg Walk, la adrenalina la había catapultado a las Afueras. ¿Y dónde viviría? No había construido vínculos significativos en toda una década. No había nadie que le diera una mano y volver a Jeppener no era una opción. Era preferible dormir en una YPF y proyectar un futuro de trabajadora parasexual, masturbándose en cámara web para fetichistas de gordas de todo el mundo. O morir. Estaba dolorida y tenía la cara rasguñada. El labio inferior sangraba con insistencia. Marisa tenía razón: treinta años y vivir así era un fracaso irremontable. El perseguidor no la perdía de vista. Ella siguió su camino y se sintió una basura cada vez más grande, como el labio que le latía. Cruzó las vías del tren y a la cuadra y media se metió en un Burger King. Pidió un combo whopper con queso y pepsi light sin hielo. Le tocó pagar y se descubrió sin billetera. Articuló excusas, ya estaba escapando cuando la interrumpió una voz detrás: “Cobrate el whopper con queso de ella, y otro igual para mí. El mío con Seven Up. También sin hielo”. Cherry tardó unos segundos en darse vuelta. Había algo familiar en el gordo barbudo que extendía dos billetes de 100 pesos a la cajera, pero estaba estupefacta.
“¿Te acordás de mí? Nos conocimos en el Patio del Liceo. Me llamo Román”. Cherry contempló a su futuro novio con incredulidad. No pudo responder.
—Son 160 pesos. Chicos, esperen por acá al costado, por favor, ya les entregamos el pedido.
—¿Me das condimentos?
—Sí. ¿Qué te doy?
—Mayonesa, mostaza y ketchup. ¿Vos querés condimentos, Cherry?
—No. Sal. Sal para las papas.
—Miren que ya vienen con sal.
—No importa.
—Antes de empezar quería avisarte que tengo síndrome de Asperger —le advirtió Román a Cherry.
—¿Qué?
—Soy autista.
—No parece.
—Es complicado.
—¿Por qué me decís esto?
—Si vamos a conversar, es mejor que lo sepas. Me puedo poner a hablar de algo y no me doy cuenta de que el otro ya se cansó o que no le interesa. Yo hablo de las cosas que me gustan más que nada porque me saca la ansiedad, y otro poco porque nunca voy a entender realmente qué es charlar. Así que me tenés que avisar.
—¿Que te avise qué cosa?
—Si te aburro hablando de lo mismo sin parar. Tampoco interpreto bien las expresiones faciales y los dobles sentidos. O sea que si ponés caras para decir algo, no lo voy a entender, a menos que lo hagas de forma exagerada y lenta y yo pueda realizar un esfuerzo para entender el gesto. O si decís algo irónico o sarcástico yo probablemente lo entienda literal. Todo esto lo aprendí.
—A mí el sarcasmo me parece batida de coco.
—¿Batida de coco?
—Perdón. Es algo que digo yo. Batida de coco. Un día íbamos con una ami—ex amiga en un taxi, peleando con el chofer que había puesto una radio pedorrísima, planteé la versión más espantosa del infierno que se me ocurrió, en la cual los pecadores son condenados a pasar la eternidad escuchando “Batida de coco” sin descanso. Nos puteó y nos hizo bajar del taxi.
—No sé qué es “Batida de coco”.
—Batida de coco, esa es la mía, cambia la onda de este día. ¿No te suena?
—No.
—Una canción espantosa de un nazi boliviano de los noventas que se hacía el brasilero.
—No me acuerdo. Se dice brasileño.
—Bueno, es un horror. Lo peor que te puede pasar. ¿Fuiste a algún casamiento alguna vez?
—No.
—¿Fiestas de quince?
—Tampoco.
—Yo sí fui. Bueno. Es eso. O un viaje de egresados. Demagogia. Diversión. Odio la diversión. ¿Fuiste de viaje de egresados?
—No.
—Claro, por tu autismo.
—Yo fui a El Colegio.
—Yo también.
—No. Al Nacional Buenos Aires.
—Ah. Yo no. Soy de Provincia de Buenos Aires. Hasta los dieciocho viví en Jeppener, cerca de Brandsen.
—Ah.
—El Nacional Buenos Aires es batida de coco.
—No entiendo qué quiere decir cuando decís que algo es batida de coco.
—Que es mersa, que es algo que te quiere entretener pero te deprime.
—Yo hasta los cuatro años no hablé.
—Chicos, acá tienen su pedido, que lo disfruten.
Román tomó la bandeja; Cherry se aprovisionó de una cantidad exagerada de pajitas y servilletas.
—Sentémonos acá, Román.
—Bueno.
Cherry y Román comían en silencio hasta que Cherry, sorbiendo su pepsi light, tomó dimensión de la situación.
—Gracias por invitarme. Qué casualidad que me encontraste acá.
—Te seguí por la calle.
Por un lado, peligro. Por otro, era la primera vez que la stalkeada era ella.
—¿Por qué me seguiste?
—Me llamaste la atención. Te busqué. ¿Te gusta Tori Amos?
—¿Me buscaste?
—Sí, busqué información sobre vos, pero no encontré mucho. Al principio no sabía quién eras. No recordaba tu nombre. Yo en realidad había ido al Patio del Liceo por otro motivo y un ex compañero me obligó a jugar a la Mafia y después terminé en tu show, que era al lado. Después en mi casa te googleé.
—Bien.
—No, bien no. Porque estaba escribiendo mal tu apellido, con k. Busqué FIKS + “PATIO DEL LICEO” y no salía nada. Después busqué FIKS + DARK, porque pensé que eras dark, pero nada… Y ahí fue que busqué FIKS + GÓTICA.
—¿Y así encontraste?
—No así. Encontré un video en youtube. Un escritor gótico de apellido Fiks con k que se corta en cámara y se chupa la sangre frente a la hija de Mirtha Legrand y otras señoras. Me resulta una experiencia cercana. ¿Por qué te llamás Cherry Fix?
—¿Y cómo sacaste vos mi dirección?
—Hice inteligencia. No fue difícil por todos los rastros que dejás en internet. En tu foursquare a tu casa le decís Andonaegui y un día en tu facebook, que es público, te sacaste unas fotos en la puerta de Andonaegui, asumí que era tu casa. Fui hasta la calle Andonaegui hasta dar con el frente del PH que coincidió.
—No es mi casa. Vivo ahí pero no es mi casa.
—¿Te gusta Tori Amos?
—A decir verdad, no escuché mucho.
—A mí me gusta mucho Tori Amos. Tengo todos sus discos, la empecé a escuchar cuando iba a El Colegio, después me echaron. A ella la echaron del conservatorio, la becaron a los cinco años por niña prodigio y a los once le sacaron la beca porque ella quería tocar los Beatles y Led Zeppelin. Pensé que te teñiste de rojo y abrías las piernas porque te gustaba Tori Amos.
—No, la verdad que no.
—Después te puedo pasar algo. Cualquier disco antes del 2008, que la cambiaron. Están quienes dicen que es vampiro ahora. También te puedo mostrar el videojuego que estoy haciendo.
—¿Estás haciendo un videojuego?
—Sí, creo que todos deberíamos aprender a diseñar juegos.
—¿Para qué? ¿Para terminar trabajando en un call center de apps haciendo clones del Candy Crush?
—No. En primer lugar, lo que condujo la evolución de la especie fueron los juguetes antes que las herramientas.
—¿Y en segundo lugar?
—Que los juegos siguen un camino evolutivo mucho más acelerado que el nuestro. Nintendo era una fábrica de naipes. De hecho, el logo era un as de picas.
—La carta de la muerte.
—¿Oíste hablar de la hipótesis de la simulación?
—¿Que todo es la matrix?
—Hay alguien o algo diseñó esto. Pero no creyeron que llegaríamos tan lejos, por eso empezamos a ver las costuras. Llegamos a una parte del juego que no ha sido diseñada.
—¿Y qué tiene que ver eso con tu juego?
—Tengo una teoría. ¿Te acordás del Maniac Mansion?
—No.
—Una aventura gráfica de Lucasfilm.
—No soy mucho de los juegos. En casa no había computadora. En lo de mis tíos sí, pero dejamos de ir cuando yo era chiquita.
—En las aventuras gráficas, en vez de correr, matar y saltar, tenés que hacer cosas y hablar con gente y la historia progresa. Vas combinando verbos. “Abrir puerta”. “Usar hamster con microondas”. Etcétera.
—Me suena un poco.
Cherry miraba alrededor, se distraía con la gente que pasaba, pero Román no registraba. Fijó la mirada en dos rubios nórdicos que se sentaron del otro lado del salón.
Como todas las mañanas en Malmö, Cherry despierta en los brazos de su marido Björn. Con sigilo, se escabulle y pone una cápsula Nespresso en la máquina. Él no lo sabe, pero hace años que ése es el único momento “de verdad” que Cherry tiene en el día. Los recuerdos de su juventud en Buenos Aires la visitan cada día más. Cherry sorbe el café en silencio, sentada frente al desayunador de Ikea, mirando la nieve caer a través del ventanal, sintiéndose la misma a miles de kilómetros de Jeppener y a quince años de haber adelgazado y lograr reconocimiento como artista, curadora y ensayista en la escena internacional luego de su enfrentamiento público con Victoria Noorthoorn. Abre su macbook air y empieza a escribir un mail a Ana, su ancla a través del tiempo y el espacio. La necesita, aún se castiga por no ser feliz. Aún no deja de decirse que no merece ninguna de las cosas buenas que le pasan. No puede extirpar los pensamientos. El timbre interrumpe el momento de sinceridad y Cherry se apura a atender para que Björn no se despierte, pero nadie responde. Al abrir la puerta, descubre entre la nieve una misteriosa caja con agujeritos y un moño rojo. La curiosidad es tal que no se percata de que Björn ya está despierto y filmándola con el paquete. De inmediato, el maullido estremecedor de un Scottish Fold bebé dentro de la caja. Cherry la abre, abraza a su gatito sorpresa y lo llena de besos. Se le escapan grititos ininteligibles y repite “Oh my God” una y otra vez. No puede dejar de llorar. Björn se deshace de ternura. A los diez días, el video “Girlfriend gets a Surprise Kitty and cries” tiene 711.857 vistas, 84.372 megustas y 265 nomegustas. Está monetizado.
—La primera vez que jugué una aventura gráfica fue el Maniac Mansion. Fue en la casa de los porteros, yo tenía seis años, seguro. Al año siguiente papá compró la primera computadora. Antes los juegos no contaban muchas historias. No en el sentido narrativo, digamos. Y aparecieron las aventuras gráficas que, si bien no te contaban mucho qué pasaba, te ponían a vos ahí para que averiguaras y guiaras al protagonista con tus decisiones, y ahí avanzabas en la historia a partir de la interacción: pasabas a otro mundo. Fue una revolución. En el Maniac Mansion, no sos un personaje, sino tres, de los que elegís dos. Esto quizás no es obvio para cualquiera, pero uno nunca es el personaje salvo en los juegos en primera persona. Si ves al personaje, sos otra cosa, un ángel guardián, un fantasma, algo así. Y si manejás varios, ya sos una superconciencia. En el Maniac Mansion, los personajes son Dave, el protagonista y los otros dos que elijas. De acuerdo con tu elección se modifica la historia y las interacciones necesarias para completar el juego. Los tres personajes tienen que ir a la mansión Edison a rescatar a Sandy, la novia de Dave. En la mansión viven los Edison, que están locos, pero en realidad están siendo controlados por un meteorito púrpura baboso con poderes telepáticos. Lo que a mucha gente le genera rechazo de las aventuras gráficas es el tiempo muerto. Hasta descubrir el próximo paso en la historia, probás opciones que no funcionan y das muchas vueltas. Pero lo importante es precisamente vivir en ese mundo que ofrecen la aventuras gráficas. ¿Te gustaría que te muestre una aventura gráfica?… Podemos ir a mi casa después si tenés ganas… ¿Tenés ganas?… ¿Cherry?
—¿Qué?
—Si querés jugar una aventura gráfica después.
—Puede ser.
—Voy al baño, ya vengo.
Román se retiró de la mesa. Cherry se acarició los brazos, algo incómoda. Monotemático y todo, Román la distraía. Esperaba que volviera pronto. Algo la olfateaba, le lamía el cuello. La transportó a las Afueras. Un planeta sin vida. Tormentas de polvo en el horizonte, acercándose.
—Jugar aventuras gráficas está re bueno —Román apareció de la nada—. Si te enganchás, después soñás con eso. A mí lo que más me gusta son las aventuras gráficas, por eso estoy haciendo una de Tori Amos. Tengo la teoría de que un personaje del Maniac Mansion, Razor, en realidad era Tori en los ochenta. Hay muchos datos que coinciden.
—Mirá vos.
—Sí. Entonces en mi juego Razor fracasa con su banda en Los Angeles y sigue un destino similar al de Tori cuando decide hacerse solista. Tori siempre dice que haber fracasado con su banda de rock en los 80 en Los Angeles es lo mejor que le pudo haber pasado porque la llevó a encontrarse con ella misma, ser auténtica y hacer su propia música. Entonces quiero que en mi juego Razor elija ese camino, porque son gemelas. Me interesa todo el tema de las almas gemelas, la gente con dos cabezas. ¿Sabés qué dice Tori de las almas gemelas?
—Román —Cherry rozó su mano—, después me contás de Tori.
—Bueno.
Román se metió una papa frita en la boca.
—No me toques en Burger King. Yo amplifico todos los estímulos. Percibo todo a la vez.
—¿Cómo?
—No puedo filtrar y se me hace una bola. Me da como electricidad.
—¿Sabés que creo que a mí me pasa eso? Desde chiquita, es algo raro que no puedo explicar. Hay muchas cosas en mi cabeza que no puedo explicar.
—No es lo mismo, vos sos neurotípica.
—¿Qué sabés? No me conocés.
—Hay muchas formas de darse cuenta. No hacés stimming, por ejemplo.
—¿Qué es stimming?
—¿Ves esto que hago yo siempre con la mano?
—Sí.
—Lo hago para tapar estímulos.
—Filtrás.
—O acaricio alguna textura, hago girar cosas, me muerdo.
—O sea que por no hacer stimming soy neurotípica.
—Por varias razones.
—Román, soy epiléptica.
A Román se le cayó una papa frita.
—¿Y tomás algo?
—Tomaba, de más chica. Karidium.
—No conozco.
—Clobazam.
—Pero tiene nombre de ansiolítico.
—Es marketing, a la gente le recetan anticonvulsivos para todo, pero para que no suene tan fuerte les dicen "ansiolíticos". En el fondo es todo lo mismo: apagar un poco el cerebro.
—Voy a tener que buscar eso que decís.
—Be my guest. ¿Qué otras cosas alimentan tus obsesiones, además de Tori Amos y tu autismo?
—Vamos a casa y te cuento.
—Después.
Permanecieron en silencio mientras terminaban sus hamburguesas. Cherry sintió algo tranquilizador en Román. A pesar de lo patológico de la situación, ella había dejado las migas desperdigadas para ser encontrada. Y finalmente alguien se había esforzado por llegar a ella. No. No era un stalker. Era algo hermoso: su primer fan.
—¿Quién te pegó? —inquirió Román.
—Nadie.
Cherry terminó de comer y sorbió el último resto de gaseosa. Román no bajaba la mirada.
—Mi ex amiga me pegó, la que te contaba recién. Mi compañera de casa. Bah, la dueña digamos. Vino completamente sacada conmigo. Llegó así de la calle y se me vino al humo. Es violenta, pero es vivir con ella o la calle. Me acaba de echar, de todas formas. #Homeless.
—¿Por qué?
—Ni idea, la verdad. Dice que la traicioné. Que conté cosas de ella. Está mal. Es border. Toma rivotril y citalopram, que la deja más loca. Ahora anda con ataques de pánico. No me extrañaría que esté tomando de nuevo. Encima se peleó con sus amigos gays y se está juntando con las gentes de placer.
—¿Qué es eso?
—Otros neurodiversos. Ya veo que en un rato me llama llorando pidiéndome perdón. Y no me va a quedar otra que perdonarla. El tema es que cayó presa hace poco porque se agarró a piñas en un Jumbo y anda súper paranoica con que yo le conté a sus ex amigos. Y nada que ver. No tengo idea de qué pasó.
Román quedó pensativo.
—¿Tu compañera de casa se agarró a piñas en un Jumbo?
—Sí.
—¿Es gorda?
—Es como yo, ¿por qué?
—¿Tiene hongos vaginales?
—¿Qué?
—Contestame.
—¿Por qué?
—Te tengo que mostrar algo.
Román buscó algo en el celular y se lo dio a Cherry. En la pantalla se leía el título
CUANDO LAS GORDAS ATACAN.
El video tenía pocos días de antigüedad y ya contaba con miles de reproducciones. Cherry se calzó los auriculares y dio play.