13 de junio de 2015
X JAVIER MILLER
Durante el 2013, la Comisión Nacional Asesora para la Integración de Personas Discapacitadas (CONADIS) organizó la convocatoria Señales, que destinó 80.000 pesos (de entonces) al mejor guión teatral que trabajara la visibilidad de Trastornos del Espectro Autista, con financiamiento total de la plataforma NewSemantics™. Con un jurado de preselección, el voto final lo tuvo el público, que eligió su obra favorita por internet. El concurso fue polémico, en principio, por su foco en autismo y, en segundo lugar, por excluir a neurotípicos. La idea era respetar la voz de la comunidad y su decisión autónoma sobre las formas de representación, por lo que las bases solicitaban que los trabajos fueran producidos por miembros de la comunidad, lo que fue recibido con gran oposición y una colecta de firmas por parte de un grupo de escritores neurotípicos autoconvocados. De todas formas, las bases no fueron modificadas. La carpeta ganadora fue Flü, de Román Torres. Para la puesta, CONADIS convocó al director teatral Ignacio Charpentier. Después de dos años de producción, llega finalmente a los escenarios.
Originalmente, mi plan era ver la puesta y escribir una reseña, pero las circunstancias me obligan a hacer más que eso. Las dos preguntas que me hice antes de ir a ver la obra fueron: ¿Qué es Flü? ¿Qué tiene que ver esto con el autismo? Debo decir que al día de hoy no creo tener una respuesta certera.
Qué es Flü. (Spoilers en todo este párrafo) En un futuro distópico no muy lejano en el que casi todas las máquinas han sido reemplazadas por ingenios biotecnológicos —los celulares, por ejemplo, son gelatinas babosas fluorescentes—, unos jóvenes pertenecientes a la tribu urbana flüo —un claro throwback a los floggers, nuestros primeros influencers— experimentan una mutación que les da la capacidad de la telepatía a través del abuso de un compuesto orgánico (glü, un “metaproducto multiuso”). Como resultado de los trips telepáticos, se conforma espontáneamente Nebula, una red bioelectromagnética de pensamientos: los flüo están hipercomunicados y empiezan a generar su propio dialecto, incomprensible para el resto de la sociedad, que los empieza a ver como una amenaza y los acusa de intoxicación lingüística. Los flüo terminan siendo internados a la fuerza en clínicas de rehabilitación que, en realidad, son laboratorios subterráneos del gobierno, donde se está diseñando un virus para volver telepática a toda la población y después cobrarles el uso de aire. Nebula se transforma en Physarum, una superconciencia con entidad propia que consume más y más recursos cognitivos, borrando las conciencias originales de los humanos. En medio de este escenario aparece Elon, nuestro reluctante héroe, el encargado de enfrentarse a las Fuerzas del Mal, destapar una oscura conspiración y, por supuesto, salvar el mundo de Physarum deteniendo el salto evolutivo por la fuerza.
Esto que acabo de describir es tan solo la premisa de la obra. A lo largo de sus más de tres horas de
duración, Flü realiza un atropellado tour por plagios entusiasmadas referencias a Philip K.
Dick, como quien de madrugada salta de un vínculo de wikipedia a otro, desvelado por el fulgor azulado de
los píxeles LED. La pregunta es: ¿funciona este concentrado de déficit de atención en una obra de teatro?
No. No funciona. Pero eso no es lo más problemático, sino que, examinando las circunstancias de su producción, llego a la conclusión de que Flü no debería siquiera haber ganado el concurso: estoy convencido de que hubo una manipulación del sistema y un aprovechamiento de la comunidad por parte de Román Torres, el falso autista detrás de Flü.
En primer lugar, hay que reconocer que, a pesar de todo lo que Torres y Charpentier han metido a la fuerza en guion y puesta, la obra es relativamente accesible: fluye, tiene momentos divertidos, lo cual inicialmente me pareció un logro, ya que no estaba seguro de qué esperar en términos del humor, por parte de un autor que, entendía, estaba dentro del espectro autista y era excesivamente reservado —mis intentos de entrevistarlo fueron rechazados—. Muchos en el espectro autista tienen problemas con los sentidos figurados. Flü no sortea esos problemas, sino que, precisamente, los vuelve el foco de atención y lo hace con un humor exacerbadamente marcado por el mundo no literal, lo que ya da la pauta de que está escrita para neurotípicos más que nada.
Cuando pensamos en autismo, enseguida aparece la representación de Sheldon, de The Big Bang Theory, y estará quien recuerde a Rainman golpeándose la cabeza y gritando los números de la ruleta. Son caricaturas, pero Flü no es muy diferente cuando responde a estos estereotipos: Clarity, la malvada corporación, busca suprimir la “intoxicación lingüística” y asegurar un mundo de comunicaciones limpias y desideologizadas; uno de los personajes lleva a todos lados un detector de ironía que orienta su interpretación de la realidad; incluso hay una tesis semántico-cognitiva del Holocausto, lo cual sería lo más ofensivo si Torres no hubiera utilizado a la distopía como metáfora del autismo. Y aquí radica buena parte del problema. La buena ciencia ficción no es puramente alegórica —lo cual es el defecto principal de Black Mirror—, sino que va más allá de la parábola. No intenta amonestar sobre el presente, sino imaginar lo inimaginable: pensar qué se oculta entre los huecos teóricos del conocimiento de una época. Cuando ingresamos en el mundo de Flü y enseguida hay una malvada corporación que claramente alude a NewSemantics™, ya es claro que están utilizando la ficción para estamparnos una lectura de la realidad. A esto se le suma que el texto se suele solazar un poco en su propio humor e ironía: las intervenciones en inglés de Wiktoria ‘Wiki’ Pedia —una suerte de personificación del “Conocimiento Socialmente Compartido”—, más allá de terminar estando justificadas desde la trama, suman confusión y atentan contra la atención que uno puede mantener. Se trata, en definitiva, de un tratamiento de dudosa moral. Intentos de banalizar y volver cool y llamativa una condición que, cuando es real, puede traer mucho sufrimiento e incomprensión. Torres se está burlando de millones de niños y sus padres. Flü no contribuye a generar mayor visibilidad, sino todo lo contrario.
En el nivel del estilo, tampoco ayudan los parlamentos. Particularmente, el vocabulario. En la mayoría de sus momentos, la obra tiene un tono artificioso que no funciona, con muchas cosas directamente sacadas de manuales de biología (Physarum, sin ir más lejos). Es una falla estilística que lo abarca todo, no da respiro y nada tiene que hacer en el texto teatral: “Desconectada, floto en la futilidad de mi entorno como un eucariota sin flagelo”. Dándole el beneficio de la duda, diríamos que Torres se habla a sí mismo. Si somos mal pensados se trata directamente de violencia simbólica, en el sentido original del término. Siendo indulgentes podemos decir que Flü carece de lirismo: su vuelo poético se reduce a metáforas aliteradas y comparaciones pobres, que toman por novedoso el recurso del tecnolecto y confunde todo esto con ciencia ficción. No es una falta tan grave considerando el contexto diariointimista de la ficción local, pero en el marco del Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, uno no puede más que preguntarse en qué estaban pensando al premiar este proyecto.
Flü hace lo contrario de lo que parece hacer. Tomemos en cuenta su target. La obra hace todo lo posible por no involucrar ni conmover a su espectador. Es tan autoindulgente en sus elecciones estéticas y narrativas que termina siendo hermética. Si no fuera por la trama biopunk reconocible y el énfasis del director en llenar el espacio escénico de acción, dejando el discurso en segundo plano, no se entendería absolutamente nada. Las actuaciones esmeradas de Martín Gagliardi (Elon), Vera Kochmann (Clarisa / Cristal) y la correctísima Ariadna Karaboudjan (Wiki) se pierden en la espesa bruma de artificios, sin poder aportar mucho más que intenciones.
Respondo mis preguntas: no sé qué es Flü ni qué tiene que ver con el autismo ni cómo pudo haber ganado el concurso. Es en este punto que corresponde hablar del autor y la comunidad. Una simple búsqueda en google del enlace para votar la obra me llevó a diversos foros de autistas en Reddit y Wrong planet, donde un popular “Elon” —claramente Torres— dejó cientos de posteos mendigando votos para la obra. No sólo hackeó el concurso, sino la comunidad. Descubrí un mundo paralelo lleno de internas, facciones y separatismo. Por un lado, están quienes luchan para que el autismo sea considerado una variación humana más y se oponen fervientemente a cualquier intento de “cura” —generalmente fueron diagnosticados con síndrome de Asperger, el cual fue eliminado de la última edición del DSM—; por el otro lado, están los padres y tutores de autistas severos, intentando empujar fuera del movimiento a quienes perciben como falsos autistas que se suben al tren por moda. Todo esto me llevó a investigar más sobre el autor. Grande fue mi sorpresa al confirmar con allegados que Román Torres jamás fue diagnosticado autista y que se aferró a esa identidad vaya uno a saber por qué, luego de haber pasado años en un instituto de menores por un homicidio en riña. De lo que sí puedo dar testimonio, lamentablemente, es de la violencia física de Torres. Cuando me acerqué a él para escuchar su versión y darle derecho a réplica, terminó atacándome frente a decenas de testigos.
Ojalá esta oscura experiencia sirva para abrir la conversación sobre políticas culturales en torno a la neurodivergencia y las minorías en general y pensar mejor cómo proteger a las personas con condiciones que afectan su calidad de vida de sociópatas que se apropian de sus identidades por aburrimiento, dinero o algún otro fin espurio.