0803 Amígdala

Y escuchame, Cherry… te quería felicitar porque lo dejaste a ese gordo pelotudo de Román… ya era hora. Yo no te decía nada cuando estabas con él porque era meter el dedo en el culo, pero qué tipo enfermo ¿no? Igual, lo pasado, pisado. Qué bueno que estés viviendo con Javier ahora. ¿Hace cuánto están saliendo?… Ah, pero… No, no, que voy a saber yo, si yo no hablo con nadie… No, Cherry pero qué voy a saber yo que estás viviendo con un puto. Bueno, ta bien, ta bien, no te enojes. Cuchame, pasé por lo de tus viejos el otro día, ¿por qué no te pasás un ratito? No sabés lo triste que la vi a tu mamá. Y tu papá no está bien. Ellos te quieren, Magalí. Bueno, pará un poco que yo no te falté el respeto, eh. ¿Hola? Gorda hija de puta.

Por primera vez en años estaba despertándose a la mañana con regularidad. Tenía su propio cuarto en la dependencia al lado de la cocina. Tenía privacidad. Tenía proyectos con Javier. Le habían prestado una netbook por tiempo indeterminado. Hacía meses había logrado soltar a María Fernanda y la angustia por haber quedado atrapada y sin rumbo cuando la intriga del crimen la puso bajo la mira pública y le arrancó toda esperanza, todo sentido de identidad, y casi la llevó a renunciar a su propia vida con tal de terminar de una vez y para siempre con el insoportable monólogo interior. Había valido la pena quedarse en el mundo, abrir los ojos finalmente y tener fuerza para escapar del falso autista en medio de la noche, decidida a vivir en situación de YPF. Había entendido: la libertad era cuestión de rendirse y renunciar a sí misma. Había movido todos sus recuerdos con Román a correo basura. Las cicatrices se habían borrado. Con todo, Javier era su mejor compañero. Lo respetaba por todo lo que había hecho por ella. No tenía una gota de empatía, pero se notaba que la había estudiado con detenimiento, y no había nada más admirable que tener una amígdala hipotrófica y aún así esforzarse por parecer humano. No sintió nada raro cuando le descubrió el twitter secreto en el que atacaba a enfermos de cáncer y víctimas de abuso. No eran realmente amigos pero la convivencia y el canal de youtube estaban funcionando. En cualquier momento podían monetizar. Le prestaban atención sin burlarse de ella. Tenía un following de niños y adolescentes. Las nuevas Cherries seguían apareciendo, pero ella estaba más allá. No le molestaba, incluso la halagaba. Había logrado correrse del odio: el motor principal de las redes. Su reivindicación había sido posible luego de que se comprobara que había sido una víctima más de la red psicopática de Irene Zukerfeld, la verdadera asesina de María Fernanda y la sospechosa principal del crimen de Felicitas Godoy.

La hipótesis extendida en la agenda proponía un trastorno ad hoc: síndrome de Munchausen por redes. Como las madres que enferman a sus hijos para recibir atención y simpatía, la interpretación colectiva era que Irene había matado a María Fernanda para posicionarse en internet, mientras que a Felicitas la estranguló como venganza por ponerla en evidencia y arruinar su imagen pública. Toda la oficina la había señalado como la #PsicópataLaboral de las publicaciones virales de Felicitas antes de morir. En el allanamiento buscaron evidencias del crimen de la analista de marketing, pero no había nada de eso; en cambio, una valija en la baulera con el trofeo: el cuchillo que degolló a María Fernanda, confirmado más tarde por el ADN, además del mismo mazo de cartas Inca de Della Penna, edición especial para la farmacéutica Hoescht, al que le faltaba el as de picas. Once habían sido los videos que Irene publicó analizando el crimen y sus significados trancendentales. Sueños, videncias y revelaciones relataban una conexión espiritual con la youtuber muerta y construían un vínculo prácticamente maternal. En los comentarios, cientos de seguidores le pedían lecturas esotéricas sobre temas de actualidad y problemas personales. Compartía sus vivencias y aprendizajes. Digitalizó fotos y videos de la juventud, codeándose con las mafias culturales de los ochenta y noventa. Incluso empezó a grabar el disco debut que había postergado toda su vida: versiones deconstruidas de clásicos del rock nacional acompañadas por invitados clave del panteón subcultural. Cada vez más icónica, el crimen de María Fernanda la había puesto en su máxima órbita. Una vez presa, defendió su inocencia a los gritos, hasta que un fatídico infarto cerebral la terminó callando para siempre. Con Irene muerta los influencers se sentían a salvo.

Cherry pasó el día esbozando ideas para presentarse al concurso de series web del INCAA. Había posibilidades reales: el papá de Javier traficaba influencias en las esferas más altas de la gestión cultural de Buenos Aires. Cherry sólo tenía que convencer a Javier de hacer algo serio. Toda su energía parecía estar puesta en hacerla comer en cámara y afianzar su following de niños y jóvenes, y Cherry no estaba mal con eso, pero se sentía lista para imaginar otras cosas. En algún lugar tenía que haber una Gran Historia y a ella le iba a tocar canalizarla, transcribirla y lograr que Javier creyera en ella o que hiciera de cuenta que creía en ella.

El 2015 venía siendo un año de contemplación, y afortunadamente no había ningún fantasma rondando. Había encarado un uso responsable de internet. Había silenciado todo lo conflictivo. Consumía arte, música, inspiración, y no se involucraba en las controversias que rotaban semanalmente. Aun así, el blindaje no era perfecto, y a veces caía en las garras del algoritmo, pero no se castigaba. Simplemente tomaba conciencia y volvía al sendero de ascetismo.

Javier llegó a la noche y comieron milanesas. Le compartió su nuevo proyecto para el canal de youtube: títeres de peluche parodiando a los youtubers más populares. Cherry dijo que sí a todo, como siempre, pero nadie le estaba consultando nada.

Mientras tanto, en el barrio de Flores, un popular grupo de jugadores del Frente Rolero Argentino transmitía en vivo una partida particular del Eclipse Phase. Los jugadores se amotinaron y le mataron el personaje al director. Gritos, acusaciones y rencores colonizaron la partida. El chat de la transmisión estaba al rojo vivo. No había vuelta atrás. Mientras tanto, la cámara seguía filmando. En medio de la discusión empezaron a sonar los disparos. Paquetes de papas fritas y gaseosas explotaban. Los jugadores caían abatidos. Algunos se arrastraban por el piso entre charcos de sangre cuando empezaron las llamas y el humo negro se tragó todo.

Cherry y Javier actualizaban las pantallas esperando que fuera fake, pero a la hora los medios se hacían eco de la masacre de los roleros. ¿Un cómplice de Irene? ¿Un copycat? ¿Una secta asesina? Cherry trabó las ventanas y la puerta y se sentó en un rincón a llorar. “No hagas nada”, dijo cuando Javier se acercó a intentar consolarla. Sonó el celular: ¿¡Román!?