0109 Frenemy
HOLA, ¿MAGALÍ? PERDÓN, PERDÓN. Cherry. ¡Cherry, quise decir! ¿Cómo estás, Cherry, tanto tiempo? ¿Cómo “quién habla”? ¡Marisa te habla! ¡Ah, ahora sí! ¿Cómo andás? ¿Todo bien? ¿Tus cosas? ¡Ah! Mirá vos, qué interesante. Claro, sí, Cherry, yo me acuerdo que siempre todos decían: “A la Magalí se le dio por el arte nomás”. Y escuchame, ¿trabajo nada, todavía? Pero cómo que—pero, pero hace mucho que no—ah, ah. Bueno, yo sé que te va a ir bien, porque sos una mina inteligente, creativa. Es una mala racha nomás. Lo importante es que vayas relajada a la entrevista… tenés que ser natural. Vas a ver que todo va a salir bien. Y bueno, te cuento que yo acá ando, la verdad estamos pasando un momento medio difícil con el Beto, con la relación y en el negocio no nos está yendo como quisiéramos, y todo se acumula. Pero la vamos a pelear, Magalí, otra no queda. Yo siempre pude superar los obstáculos. De chiquita se me cagaban de la risa, ¿te acordás? Que la gangosa esto, que la gangosa aquello… que cara con hachazo… y acá me ves. A mí el labio no sólo no me impidió triunfar, sino que me impulsó más. ¿Dónde están ellos y dónde estoy yo ahora? La Giselle es una villera ahora, el Diego preso, del Ale ni hablar… Yo tengo mi negocio, mi pareja y cuando quiero me voy de vacaciones. Che, y el otro día la vi a tu vieja. Estaba tirando las cosas del videoclub… yo me quería morir, si vieras la cantidad de cassettes que tiró. Hay gente en Mercado Libre que compra lotes enteros de cassettes. Vos tendrías que avivarte y tener ojo para la ganancia. ¿Vos hace mucho que no vas para allá? No, bueno, digo. Tá bien, tá bien, no me meto. ¿Magalí? ¿Hola?
Marisa había sido una molestia en la vida de Cherry desde la infancia. La primera frenemiga. La hermana que nunca había tenido, siempre atentando contra todo lo bueno, contra todo su potencial… y aun así era incapaz de deshacerse de ella. No era inocente que la invadiera sin aviso a vomitar todos sus “problemas” laborales y relacionales sabiendo muy bien que Cherry estaba empantanada en todos los sentidos metafóricos. ¿Cuándo le tocaría a ella estar viva, sentir, estar preocupada por algo? Hubiera dado lo que fuera por estar mal con un novio. Al menos pasaría algo. Pero nada. Su único ex era inventado. Tenía treinta años: modelo 83, una millenial temprana nacida en democracia. Cuando Cherry abrió los ojos, estaba sola en su cuarto de madrugada. El teléfono nunca había dejado de sonar. Se levantó dolorida y tropezó hasta el living.
—¿Hola?
—¡Cherry, la concha tuya! ¿¡Por qué no atendés!? —Era María Fernanda, su compañera de casa—. ¡Boluda, todo mal! ¡Estoy en cana!
—¿¡Qué!? ¿¡María Fernanda!? Son las tres de la mañana. ¿¡Qué pasó!?
—Los cabezas del Jumbo pasó. Hace horas estoy intentando comunicarme.
—Estaba durmiendo.
—Qué raro, Cherry durmiendo. Escuchame, no puedo contarte ahora. Necesito que me ayudes, perdí el celular en medio del quilombo. Necesito ubicar a Bárbara, la hermana es abogada. Tenés que conseguir el número y llamarla.
—¿Pero por qué? ¿Qué pasó? ¿Dónde estás?
—En la comisaría 27. Hablá con Bárbara. Me tienen hace horas y les tuve que rogar para poder llamar. No sé cuánto tiempo me van a tener detenida.
—¿¡Detenida!? Pero pará un poco, Fer. ¿Qué onda? Me parece muy heavy esto. Contame qué pasó.
—¿Heavy? ¿Qué te pasa, boluda? ¿Me vas a ayudar?
—Sí, Fer, ¿¡pero qué hiciste!?
—Nada. Hice valer mis derechos. Qué chusma que sos.
—¿Hiciste valer tus derechos?
—Y me agarré a sopapos con unos loros en el Jumbo. ¿Me vas a ayudar?
—Te dije que sí. La ubico a Bárbara, pero es tarde, debe estar durm—
—Ya mismo. Y ni una palabra a mis viejos. Comisaría 27. Acordate. ¿Vas a llamar?
—Sí, pero son las tres de la mañana.
—¿Y? Estoy en cana, pelotuda.
—Está bien, llamo. Cuidate, Fer.
—“Cuidate, Fer”. ¿Qué comisaría te dije?
—27.
—Hablá con Bárbara. Sé buena amiga.
María Fernanda cortó. No era la primera vez que involucraba a Cherry en un conflicto sin sentido, pero el ingreso de las fuerzas y la burocracia judicial al anecdotario era algo inédito. Cherry revisó los contactos del celular, pero paró y lo dejó en la mesa. Fue a la cocina a calentar agua. Esperó al lado de la hornalla, contemplando el horno como portal a otro mundo. El método Plath siempre le había parecido la mejor opción. Limpio, efectivo, indoloro. Su primo Tati, auxiliar en una morgue, solía contarle lo pacíficas que se veían familias enteras ultimadas por estufas de gas sin tiro balanceado. Una mamá tirada en el piso de la cocina, las cebollas a medio picar aún en la tabla, un nene con la carita apoyada en la mesa y un autito de juguete en la mano. Pero no podía hacerlo. Algún día tendría su propia cocina donde poder desencarnar tranquila, sin críticas post mortem —aunque esa noche María Fernanda sí se merecía la sorpresa—. Mientras esperaba al lado de la hornalla mirando la humedad en la pintura amarillenta, el pecho se le estrujó. Oportunidad perfecta para robarle una tira de Rivotril a la rea.