0904 Gĺ͘͝i̛t̷́̌̒͂c̅͗͒̂̍̈ͣh̷̡̨̞̺͈̜̝͍͉̞̠͉̿ͣ͊̇͛ͥ̔̈́

Esto se lo digo en serio, chicos. Luchen por sus ideales, luchen por sus metas. Sus propios enemigos son ustedes, a pesar de que crean que están allá afuera, los monos y los gorilas son ustedes mismos. Luchemos. Luchemos por ser nuestros genes, lo que queremos. ¡Si queremos tetas, tenemos tetas! ¡Si queremos verga, tenemos verga! ¡Somos más completas que las minas! ¡Luchemos por eso, chicos! ¡Luchen por sus ideales! ¡Los amo, los quiero, los elijo! ¡Amén!

Tres años después del debut de Oriana Junco en la Mostra Fest, Cherry estaba a horas de oficializar su pokevolución en la misma fiesta. Se había vuelto objeto del sentimiento innombrable que ocurría cuando el homenaje se solapaba con la burla. Se expandían en la conciencia experiencias sensibles imaginarias, no traducibles a palabras humanas. Como los colores imposibles, que eluden la retina pero se manifiestan amarillo-azulados o rojo-verdosos en el cortex cerebral mediante ilusiones ópticas, las emociones opuestas, lejos de cancelarse mutuamente, se amalgamaban en el espacio mental. Cherry no había dado el brazo a torcer de un día para otro, fue un proceso progresivo de colaboración con Javier. Nadie le había apuntado con un arma, no había habido ultimátum. No había que enroscarse mucho con el asunto, que si la gente se divertía, estaba bien. Al fin y al cabo era moralmente bueno que la gente se divirtiera. O algo así.

Salieron holográficos, con una sidra 1888 destapada y vasitos de plástico. Javier, el ingeniero de la criatura, vestía un traje violeta con brillos, camisa y botas negras. Una peluca negra y lacia se le pegaba al cráneo y se juntaba con la barba rala. Estaba muy por debajo de su peso. Cherry estaba más voluptuosa que nunca, envuelta en tules y una boa de plumas fucsia, con calzas magenta, pollera y corcet plateados, borcegos de charol con plataforma en los pies. Una cofia medieval de malla metálica cubría el pelo, ahora corto y acuamarina. Se había dibujado runas en la cara, labios anaranjados, delineado egipcio, los párpados resaltados de amarillo y una línea negra gruesa en el mentón. Llevaba una espada fluorescente en la mano y pulseras de light sticks de colores. Dos amigos de Javier los acompañaban. Transmitían la previa en instagram. Se pusieron chillones y sobreestimulados. Citaban drag queens y videos virales a los gritos, y aún así había silencios implacables. Se subieron a un Uber y acosaron al chofer en cámara. No entendía mucho pero quiso colaborar. “¿Vos sos media Jumbo, no?”. Al llegar a la cuadra de Palermo Club encontraron afuera decenas de jóvenes estéticamente inspirados para la ocasión. Era la edición septiembre ‘17 de la Mostra Fest con la participación de Cherry Fix como artista invitada de la noche.

Adentro, Cherry y entourage fueron recibidos con pleitesías. Adolescentes autopercibidos se arrojaban a los pies del juggernaut; Cherry se hacía la tímida pero se dejaba abordar. Desconocidos, gente con quien no hablaba hacía años, influencias presentadas por Javier y hasta los ex amigos diseñadores de María Fernanda se congregaron alrededor de ella y su adiestrador. DJ Zalgo se acercó personalmente y les regaló pastillas de MDMA. Las tomaron ahí mismo y sellaron el pacto.

A las 2 am, las luces y la música se apagaron. Sonidos apocalípticos permearon la materia. Xandro Spectrum, alter ego de Javier, al fondo del escenario, encargado de visuales y tracks. Un collage indescifrable en VHS simulado apareció en la pantalla. Pronto todos estaban inmersos en una espesa bruma de hielo seco. El público se amontonaba. Sonaban truenos y luego Emperatriz, la cortina musical de Mirtha Legrand, resampleada una octava más abajo y acompañada de susurros de terror y beats de baja fidelidad a 67 bpm. La atmósfera estaba cargada y el público se preparaba. Ruido blanco y chillidos. La gente tosía en medio de la nube y se tapaba los oídos. Luces y pantalla parpadeaban. Y entonces se materializó Cherry Fix en el centro del escenario, inmovilizada en una pose fija, cita directa de Michael Jackson en el tour Dangerous (1993). Gritos. Celulares al aire. Sonaron los primeros compases de Hay un Dæmonio en Internet.

Román tenía tapones de goma y contemplaba el espectáculo paralizado. La multitud filmaba a Cherry, se reía y le gritaban “te amo”, “asesina”, “Jumbo not dead”. Un éxito. Cherry estaba tras los pasos de María Fernanda y le quedaban sólo dos escalones más para coronarse Estrella del Consumo Irónico: le faltaba caer presa y que la maten para legar a sus fans su archivo de redes inmortalizadas para retweets póstumos. “Te amo” significaba “tu muerte me divertirá”. Y lo sabía.

Estaba eufórica y la situación había borrado hasta el último ápice de conflicto personal. La pastilla de Zalgo era una nimiedad en comparación con lo que acababa de tragar. Sabía perfectamente lo que significaba exponerse a que la rapiñaran: había renunciado a la esperanza de ser amada de verdad. Pero no importaba. Al contrario: ¿para qué seguir conservando un sueño que durante más de treinta años la traicionó una y otra vez? El amor estaba sobrevalorado, era una trampa tantálica. Celebraba. Aquellas a quienes “les funcionaba” se mentían a sí mismas o se dejaban hacer cosas terribles. El amor tenía que empezar por casa. Había tenido que sacrificarse en un templo del Desamor para finalmente encontrar en la Atención una forma de amor propio. Era algo real, cuantificable, y estaba a su alcance. Estaba inundada de serotonina y ellos estaban vulnerables: se dejaban entretener. Así los quería. Ellos creían estar un paso adelante, pero a Cherry la rumia la ponía un casillero más allá. El freak show se reía de su público. Cantaba y se tiraba al piso. Se frotaba felina contra los animadores de la fiesta. Las luces se agitaban frente a sus ojos, deshechas en halos y estelas. Hasta que pasó lo impensado: el glitch.

No tomaba Karidium, hacía más de una década que no convulsionaba. La electricidad se derramaba de una circunvolución a otra y empezaba a cruzar al otro hemisferio.

No, por favor, ahora no.
El episodio la agarró en medio de Blue Screen Of DEATH, el segundo tema, cuya letra consistía en el mensaje de error de la pantalla homónima en el Windows XP. Estaba por llegar el silencio dramático que funcionaba como falso final antes del estallido sorpresa del cuarto estribillo. Era el momento de la coreografía en que tenía que rotar sobre el eje y arrodillarse mirando al cielo, pero no hubo forma. El cuerpo no respondió. La música se detuvo y Cherry quedó paralizada y con los brazos enroscados, a punto de caer en medio del desconcierto. Los celulares no dejaban de filmar. Cherry seguía sin moverse. Pixelaba. Artefactos de compresión colonizaban su piel. Peleaba por no caer. No iba a convulsionar ni hacerse pis encima delante de cientos de personas. No se iba a dar por vencida. ¿Estaba por caer muerta? El público abría la boca. Tres, dos, uno.

Y finalmente llegó el alivio: recobró el control en el momento justo en que volvió la música. Estaba a salvo. El público festejó no sin cierta desilusión. Completaron el set de cuatro temas. Sobre el final llegó una ovación desmedida: los devoradores competían a ver quién sobreactuaba más. Los artistas se recluyeron tras bambalinas con los amigos de Javier y una Coca Light en balde de champagne. Cherry sonrió drogada. Había crecido mucho desde la noche que abandonó a Román y a la antigua Cherry en el departamento gris de Núñez. Javier y sus dos amigos se sentaron en el sillón y Cherry se acostó encima de los tres, pero ni siquiera podía participar de las conversaciones. Todo estaba bien, pero se les pinchó. Era Román, que se apareció infiltrado. “¡Cherry, escuchame, tenés que dejar de hacer esto!”. En un acto reflejo, Javier le tiró con el balde con hielos y empezó a gritar. Cherry se paró y empujó a su ex fuera del cuarto.

Román la besó de prepo, Cherry forcejeó y le pegó rodillazos hasta que logró zafarse. El agresor escapó. Javier salió a buscarla. Le hablaba y le tocaba la espalda, pero Cherry ya no estaba ahí. El beso no consentido había sembrado un germen insidioso. Hacía años que nadie la besaba, y se rompió de la peor forma. De fondo sonaba un remix de La tetita (2004), de Wendy Sulca, princesa del pop peruano. Las luces de colores avivaban a la multitud. El altar sacrificial ahora profanado por bailarines, mientras Cherry se enterraba en su Llullaillaco personal. No había retórica que pudiera reinventar su deseo fundamental. La estaban llamando de su planeta. Era un JPG descomprimiéndose por dial up. Javier conocía esa mirada de la primera noche que pasaron juntos: se le estaba disociando ahí mismo y se iba a querer ir. Si la dejaba, iba a armar el bolso y buscar asilo en una YPF. La tomó de la mano y la arrastró adentro. Tenía que actuar rápido. No podía darse el lujo de perderla habiendo llegado hasta ahí. Echó a sus cómplices y se tiró encima de Cherry en el sillón.