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JAVIER HABÍA QUEDADO OBSESIONADO con Román desde el reencuentro en el Patio del Liceo. Ya le habían pasado cosas así, pero nunca tan fuerte. Había agotado búsquedas de internet para rastrearlo. Entre perfiles, noticias y bases de datos llegó a varios candidatos. En particular, le llamó la atención un Román Torres que había ganado un concurso de guion teatral organizado por la Comisión Nacional Asesora para la Integración de Personas Discapacitadas (CONADIS) para promover la visibilidad sobre autismo. Era una posibilidad, pero el Román que él recordaba no tenía nada de “autista”… Las habladurías de los compañeros lo pintaban jugador de rol, bisexual y obsesionado con el espiritismo y la brujería, además de pobre. Todo lo que Javier había querido ser en vez de seguir el mandato paterno y hacer sus primeras armas en la política. Como fuera, no tenía ninguna seguridad de que se tratara del mismo Román. La noticia del concurso era muy reciente y no había datos sobre el estreno. Lo mejor era continuar con la búsqueda y no olvidar estar atento a la página de CONADIS. Mientras tanto, volvió a contactar a todo su círculo de amistades forjadas en El Colegio y desplegó un dispositivo de inteligencia. Chats, llamados, mails, meriendas y hasta un evento organizado en la Asociación de Ex Alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires (institución de ex alumnos en la que Javier hiciera trabajo voluntario años atrás) con la excusa de brindar ayuda a las mellizas Romero, las egresadas 1978 que terminaron en la indigencia. ¿Cómo había logrado desaparecer sin dejar rastros? ¿Y por qué había ido a Juvenilia?