0204 FADU


MARÍA FERNANDA CAMINABA POR EL PABELLÓN con gafas oscuras. El edificio se sentía distinto. Algo estaba mal. Rostros desconocidos, no del todo humanos. Una mirada hostil copiada y pegada en cada uno. Como si supieran. El cemento le respiraba en la nuca. Un vaho de malignidad penetraba la materia. Los tentáculos se acercaban. Nada tenía sentido, pero el miedo era real. Sus nemeses podían estar ahí.

Se metió en un baño y recorrió los cubículos. Nadie. Se encerró en el más alejado y tiró de la cadena. No había asiento. Desparramó por la taza del inodoro chorros de alcohol en gel Farmacity fragancia manzana verde, ayudada por un pañuelo descartable. Limpió con un segundo pañuelo y, con un tercero, secó todo hasta asegurarse de que no saliera sucio. Se bajó la bombacha y se sentó en la cerámica fría. Estaba mojada con restos de alcohol en gel. El dolor en el pecho subía por la garganta y seguía por las mandíbulas, muelas, sienes y hasta detrás de los ojos llenos de lágrimas. La columna se recitificó y el tórax estrujaba. Palpitaciones. Náuseas. El paladar latía encima de la lengua pastosa. Pasó a tercera persona. Cerró los ojos con fuerza e intentó controlar la respiración, pero el dolor y la agitación aumentaban. Dejó caer la cabeza entre sus manos, mareada.

Pasos.

Alguien más en el baño. Se cubrió la boca. Levantó las piernas y se aseguró de haber trabado la puerta. Contuvo el sollozo, cerró el puño y se mordió un dedo.

Silencio.

Agudizó el oído pero no escuchó más. ¿Era su imaginación? ¿O era hora de salir corriendo? Bajó los pies con sigilo.

Cinco. Cuatro. Tres. Dos—

Los pasos otra vez, cada vez más fuerte. ¿Podía ser? ¿Estaba alucinando? Tenía que salir de ahí. Real o no, tenía que correr. Se tapó la boca y se acorraló contra los azulejos.

Cinco. Cuatro. Tres—

Un golpe en la puerta. Presa del terror, la abrió de una patada y corrió fuera de sí. En el atropello, casi pateó al gato de la FADU, lo que le valió insultos de la masa estudiantil. Terminó cayendo por la escalera hasta quedar en el suelo boca abajo. Esperó unos segundos. “Estoy bien, estoy bien”, ahuyentó a la gente. Lo peor ya había pasado. Se paró y acomodó la ropa. Estaba bien. Pero podía empeorar: sentados a metros de ella estaban ellos. Sus antagonistas y ex amigos solían acosarla no sólo en las aulas y pasillos de la facultad, sino que habían llegado a bloquearla de innumerables círculos. Estaban absortos: la sorpresiva aparición de María Fernanda, su caída, su decadencia, todo era un Regalo de los Dioses, un banquete de humillación que les estaba dando material de burla para los próximos dos años. Abrieron sus bocas imitando los espasmos emocionales de sus vedettes preferidas. Ni siquiera podían reír.

No siempre había sido así. María Fernanda había sido miembro honoraria de la pandilla. Curada por Deejay Zalgo, su iniciación en el grupo incluyó la educación en las artes de la musicalización con laptops y la adopción de un nombre artístico: VulvaOriginal —en referencia directa a una fragancia recreativa holandesa—, lo que llevaría a María Fernanda a presentarse como DJ en las pistas de baile más cínicas de la ciudad. La relación entre ambos fue simbiótica pero no pudieron evitar el destino de escándalo y destrucción que solía preexistir a los apareamientos platónicos entre diseñadores y sus amigas gordas. La sorpresiva ruptura llegó el día en que Zalgo, después de varios días sin dormir, la acusó de haberle robado cuatro gramos de cocaína, dos pastillas de MDMA y hasta un frasco de poppers, lo que, luego de un escándalo que llegó a involucrar a las familias de ambos —con amenazas judiciales incluidas—, resultó en que la acusada fuera declarada persona non grata en todos los centros culturales, muestras y fiestas sobre las que Zalgo extendía sus garras.

María Fernanda se acomodó la pollera estoica y caminó unos pasos.

El cuerpo entero se tensó. No era casual ni arbitrario lo que acababa de escuchar. El corazón daba golpes otra vez. Tenía que haber un espía dentro de su círculo, la traidora sólo podía ser Cherry. Era la única que podía haber contado su intimidad. La venganza llegaría más tarde, pero era momento de sacar la artillería.

María Fernanda frenó en seco. Era un happening monstruoso. Nadie podía saber eso. Ni siquiera Cherry. La media sonrisa de Zalgo, los ojos desorbitados, el coro de hienas le confirmaban que sabían. ¿¡Pero cómo podía ser!? ¿Alguien la había visto?

—¡Y vos, coneja! ¿¡Qué saltás!? ¡Ponete pilla! —coronó Skrol, el beta del grupo, festejado por el resto de los secuaces.

María Fernanda se atragantó en bilis. No había forma de que supieran todos los detalles de su peor momento. No existía en ellos el más mínimo rastro de piedad. Lo veía y lo conocía muy bien. Ella misma había linchado previos excomulgados. Los latigazos seguían.

“Fue Cherry”. No tenía mucho sentido, pero no había otra explicación. Cherry traidora, delatora, envidiosa, ladrona, vividora, desagradecida. Habría hecho inteligencia. Era conocida por su talento sobrehumano para el stalking y el tráfico de información. Escapó entre la masa de estudiantes. La humillación ahora era furia.